Existen motivos evidentes, y no tan evidentes, por los que priorizar los alimentos orgánicos (ecológicos) en nuestra dieta. Aquí recojo sólo cuatro por los que merece la pena practicar un consumo responsable (o consciente) con lo que comemos, pero sin duda hay muchos más:
1) La producción agroecológica es mejor para el planeta: La agricultura industrial (la convencional) globalmente supone un mayor gasto de energía y agua (del 60% al 70% para el riego), así como el 29% de los Gases de Efecto Invernadero (GEI), el 54% de la contaminación hídrica, también intoxica el suelo, el aire y a los cultivadores (con sus insumos, combustibles, pesticidas y herbicidas); a menudo favorece a grandes empresas, o latifundistas, y se llevan a cabo en grandes monocultivos que suelen arrasar con las especies anteriores a su implantación, e incluso desplazan a las comunidades. Frecuentemente en ellos se usan transgénicos (Organismos Modificados Genéticamente) que contaminan otros cultivos y que muchas veces obligan a los granjeros a pagar por semillas que acaban migrando a sus campos (por el viento, etc.).
Por si fuera poco, se conoce que este modelo productivo agrícola intensivo endeuda a los cultivadores por sus grandes gastos (recursos, semillas, insumos, etc.), sirve para especular con los alimentos, viola derechos humanos, crea riesgos sanitarios (arroz con arsénico, vegetales con dioxinas, transgénicos, etc.) e impacta nocivamente en la población rural, el clima, la biodiversidad y las tradiciones agrogastronómicas: sólo consumimos 30 especies, de las 7.000 cultivadas, de 5.000 comestibles, de 300.000 existentes.
En cambio la agricultura ecológica ayuda a preservar la biodiversidad, regenera los suelos, nos los contamina (tampoco a los trabajadores, ni a los demás seres), los hace más resilentes al mantener su riqueza natural y no los agota. El documental Sustainable, Sostenible, lo narra muy bien (disponible en internet y Netflix).
2) Es mejor para nuestra salud: No solo hay evidencias científicas de un mayor valor nutricional en los alimentos orgánicos, como lo demuestran en España los estudios de la Dra. María Dolores Raigón que comparan los suelos y productos ecológicos (vegetales y animales) con los convencionales, si no que también existen muchas dudas respecto a muchos Organismos Modificados Genéticamente (OMG) empleados en cultivos intensivos, y su modelo de negocio, los productos de estos cultivos pueden llegar a contener abundancia de sustancias disruptoras para el aparato endocrino, como recoge el estudio Directo a tus hormonas, de la ONG Ecologistas en Acción, que se puede leer AQUÍ. Una pera puede contener hasta 49 pesticidas… Recomiendo su lectura.
En los alimentos ecológicos existen menos residuos de pesticidas y herbicidas e insumos industriales, muchos derivados del petróleo. Aunque puede haber casos de cierta contaminación con ellos (de cultivos cercanos, etc.), en la producción agroecológica no se utilizan tampoco los transgénicos. Tampoco se suelen añadir aditivos artificiales (conservantes químicos, colorantes, sabores, aromas artificiales, etc.), aunque es cierto en que en aquellos productos orgánicos muy procesados pueden aparecer entre sus ingredientes incluso el nocivo y devastador aceite de palma. Por lo que es imprescindible leer las etiquetas al comprarlos para ver si lo que vamos a adquirir tiene esos «extras». Siempre es preferible consumir orgánicos lo más frescos y menos elaborados o procesados posible, y cocinar.
3) Existe un mayor respeto animal. La producción agroecológica no solo promueve que las especies autóctonas vegetales y animales convivan en las mismas fincas, sino que también así facilita que no se pierda esa diversidad local de especies en cada parte del mundo enriqueciendo además los suelos. Concretamente, su cría animal es la más respetuosa al ser lo más natural posible: extensiva, sin confinar, sin uso de hormonas, ni medicinas más allá de lo estrictamente necesario, sin engordes artificiales, ni métodos industriales donde se les contempla meramente como mercancías de consumo, como en las granjas intensivas que se califican de farmageddon (fusión de Farm, granja, y armagedón, fin del mundo) al ser la mayor causa de crueldad animal planetaria.
En ellas viven hacinados y confinados en condiciones deplorables sin acceso a pastos, con engordes artificiales, provocándoles sufrimiento, también en su transporte, así como estrés, maltrato y situaciones aberrantes (recortes de pico, rabos, astas, separaciones traumáticas de crías y madres, mastitis, pulmonías, neumonías, castración, etc.) y muertes terribles, muchas veces conscientes que, lo queremos o no, acaban en nuestro plato con sus toxinas, antibióticos, hormonas, altos niveles de cortisol, adrenalina, etc.
Para colmo la cría intensiva de animales es ineficiente ya que la energía se malgasta en esas nefastas condiciones y 28 calorías producen sólo una de proteína, e implica un consumo de agua muy notable, inversión en instalaciones, tecnología o energías fósiles (combustible, insumos, etc.) que favorecen a los grandes productores en detrimento de los más pequeños. La FAO responsabiliza a la ganadería intensiva del 37% del metano, de alertas alimentarias, y del uso de piensos genéticamente modificados. La mayoría de alertas (vacas locas, pollos hongkoneses, gripe aviar, porcina, carne con cloro, mercurio, etc.) derivan de la industrialización, confinamiento y mala higiene. No extraña que la OMS diga que la carne procesada puede causar cáncer.
4) Repercuten en la economía real, local y redistribuyen mejor la riqueza que deriva del dinero que invertimos en el consumo, puesto que las explotaciones orgánicas suelen ser de pequeñas y medianas empresas que no usan los sistemas de excepciones fiscales de las grandes corporaciones, ni su ingeniería fiscal. Los cultivadores no están expuestos a pesticidas, ni se endeudan con la compra de insumos industriales, o semillas modificadas genéticamente, etc., y sus sueldos son dignos.
Sin son de comercio justo las comunidades cultivadoras incluso pueden invertir en sanidad, educación, infraestructuras (carreteras, etc.,) para mejorar sus condiciones de vida gracias a la prima, además de su salario, que reciben, y pueden decidir democráticamente a qué destinarla.
Si compramos directamente al productor (en puestos del mercado, tiendas comprometidas, grupos de consumo, supermercados cooperativos, etc.) ahorramos intermediarios y nos aseguramos que los agricultores reciben un justiprecio por su producción, y que se observan unos estándares ambientales mejores, algo que no ocurre en la agricultura o ganadería industrial que se acaba vendiendo en grandes superficies, los productores y productoras, en general, son el eslabón peor remunerado de la cadena pese a su loable función.
Por ejemplo, el agricultor de limones o de la Vega Baja (Murcia) vende un kilo a unos 24 céntimos para competir con el de Argelia y Marruecos, el mayorista lo ofrece a 0,78 céntimos, y el súper a 1,56 euros. Es decir, entre el campo y la mesa sube un 550%; el pollo un 57%, la ternera un 345%, las anchoas y boquerones un 163,45%, el calabacín un 269,77%; las manzanas un 215,25%, las patatas un 165%, unas cifran de injusticia.
Además, de cada 100% euros gastados en una gran superficie sólo 15% se queda en la economía real frente al 45% de la compra en pequeños negocios locales.
Aquí os dejo el podcast de mi sección Consuma Crudeza, en el programa de radio Carne Cruda, donde hemos abordado este asunto: Productos ecológicos y de cercanía al alcance de tu mano. Se puede escuchar pinchando AQUÍ.
En en el Capítulo 3 de mi libro Tu consumo puede cambiar el mundo detallo más razones por las que practicar un consumo responsable y consciente alimentario. Y en mi otro libro, Al borde de un ataque de compras, se dan claves para consumir sin desbaratar el presupuesto habitual. Sí, se puede.
La imagen de este post es cortesía de la marca orgánica catalana de moda Thinkin Mu